viernes, 5 de octubre de 2012

Gente anónima

Hay lugares en los que somos más anónimos que en cualquier otro sitio. En un vagón de metro o de tren, por ejemplo. Me fascinan porque en esos espacios nadie tiene nombre, sólo es gente que va y viene de acá para allá. Se corresponden únicamente con paradas o estaciones. En el anonimato son gente que espera, mira el reloj, lee un e-book. Gente que huele mal, que tiene un tic nervioso en la pierna, que lleva un libro de filosofía. Es todo lo que podemos saber de ellos. Hasta que entra en juego la imaginación.

No sé si lo habéis probado, pero imaginarte quién es una persona sin conocerla de nada es extremadamente divertido. A veces juego a eso. Ayer mismo compartí viaje en tren con una chica rubia, muy guapa, que viajaba sola. Estaba recordando algo, y se sonreía sola, ajena a todos nosotros. Pensé que pronto viajaría a Finlandia, para encontrarse con su novio, que tuvo que emigrar cuando le ofrecieron allí un trabajo en una empresa de telecomunicaciones. Ella estaba recordando el mensaje que él le envió la noche anterior, en el que fotografió un billete de avión: un regalo para que se reuniese con él.

También había un chico con rasgos orientales vestido con traje de chaqueta. Estaba muy concentrado, como repasando un discurso. Sólo sé que se bajaba en Nuevos Ministerios, porque se lo comentó a una señora. Pero empecé a divagar y creo que di con la tecla de su destino: trabaja para Samsung, y tiene una importante reunión en España para idear una estrategia para desbancar a Apple. Pese a su juventud, poco a poco se ganó un puesto de responsabilidad en la empresa, y hoy es uno de los máximos exponentes de la misma en Europa.

Lo decepcionante de este juego, es que no tiene solución: nunca le preguntas a la persona en cuestión si es espía como habías apostado o contable en unas grandes superficies. Quizás tampoco quieres romper la magia. La magia de soñar que todo es posible.

Lo que pocas veces pensamos es que nosotros, también nosotros,podemos ser el blanco de la traviesa imaginación de cualquiera en un vagón de tren o de metro, sentados en una cafetería, o corriendo por el parque. Cuando alguien te mira, es posible que esté pensando quién eres detrás de esa fachada, de qué te gustará hablar, si sabes cocinar o si alguien te espera en casa cuando bajes de ese vagón. Quizás a veces hayan pensado que soy una terrorista a Al QAEDA o bailarina de cabaret. O cajera de supermercado, vaya. He podido ser cualquier cosa que me hayan pensado. 

Creo que el anonimato nos seduce. No tener nombre y no se de ningún sitio.
Reconócelo, ¿alguna vez habéis tenido la tentación de mentir cuando alguien te pregunta cómo te llamas y a qué te dedicas?


sábado, 8 de septiembre de 2012

Tengo recuerdos de niña

Tengo recuerdos de niña que quiero que ellos tengan. Recuerdo largos veranos al sol con helados de colores y siestas interminables. La ilusión de ir a comprar un vestido nuevo con mi madre, cuando lograba acabar el mes con algo de dinero. La expectación de abrir un buzón y reconocer la letra zigzagueante de mi primo en un sobre blanco. Subirme a un taburete para explorar la librería de mi madre. Los viajes en coche a casa de mis tíos del norte, que para mí eran tan heroicos como cruzar Rusia de este a oeste. La satisfacción en el rostro de mis padres cuando las notas decían que era la mejor de la clase. El dinero que me ganaba lavándole el coche a mi tía loly. Recuerdo las tardes haciendo canelones con mi madre y el ritual de introducir el dedo en la bechamel. Los juegos con mi hermana, siempre juntas y siempre tan distintas. Y sus consejos cada vez que la liaba con algún chico, tan inexperta yo en el amor. Recuerdo madrugar los sábados por la mañana para ver a Jessica Flecher en "Se ha escrito un crimen". Los partidos de béisbol con los amigos del barrio y las aventuras en bicicleta. Aquella bicicleta que yo estaba convencida de que podría llevarme a donde yo quisiera.

Tengo recuerdos de niña que no quiero que ellos tengan. Recuerdo ver en la televisión un toro sangriento postrado, de ojos vidriosos y mirada de dolor. Gritos de mi vecina cuando su marido la maltrataba y corría a refugiarse a nuestra casa. También recuerdo la tristeza de las noches sin dormir cuando al alba, mi padre se iba para volver cuando yo fuese seis meses mayor de lo que era. Recuerdo la soledad de mi madre, y yo no saber apoyarla cuando lloraba a escondidas. También recuerdo a gente a la que quería ahogada en alcohol cada día. La tos de mi abuelo, cada vez más insistente, hasta que le mató. Las burlas de un chico cruel cuando le confesé lo que sentía por él. Me hicieron sentir tan minúscula... Y burlas mucho peores: las que vertían hacia mi amiga Begoña cuando la leucemia le arrebató el pelo. Recuerdo rezarle a no saber quién ni por qué, y recitar el padre nuestro de memoria cada mañana al llegar al cole.

Soy lo bueno y lo malo que fui, lo maravilloso y atroz que viví. Soy lo que mantengo en la memoria y lo que olvidé... 

"Cada vez que nos dan clases de amnesia
como si nunca hubieran existido
los combustibles ojos del alma
o los labios de la pena huérfana
cada vez que nos dan clases de amnesia
y nos conminan a borrar
la ebriedad del sufrimiento
me convenzo de que mi región
no es la farándula de otros

en mi región hay calvarios de ausencia
muñones de porvenir/arrabales de duelo
pero también candores de mosqueta
pianos que arrancan lágrimas
cadáveres que miran aún desde sus huertos
nostalgias inmóviles en un pozo de otoño
sentimientos insoportablemente actuales
que se niegan a morir allá en lo oscuro

el olvido está tan lleno de memoria
que a veces no caben las remembranzas
y hay que tirar rencores por la borda

en el fondo el olvido es un gran simulacro
nadie sabe ni puede/ aunque quiera/ olvidar
un gran simulacro repleto de fantasmas
esos romeros que peregrinaran por el olvido
como si fuese El Camino de Santiago

el día o la noche en que el olvido estalle
salte en pedazos o crepite/
los recuerdos atroces y los de maravilla
quebrará los barrotes de fuego
arrastrarán por fin la verdad por el mundo
y esa verdad será que no hay olvido"


Mario Benedetti, "El gran simulacro" 

viernes, 31 de agosto de 2012

Duele


Duele cuando un niño muere. La bofetada de tu indiferencia. El rostro de alguien sin esperanza. Aquel día que no debí perdonarte. Lo irremediable, que, como escribió Baudelaire, roe siempre con su diente maldito nuestra alma. Ver la derrota en la espalda de mi padre. El tiempo que sientes perdido. El amor que se escapa por  una alcantarilla. 

No ser capaz de soñar. El poder de los injustos.  La voz temblorosa de quien tiene miedo. La mano suplicante de quien tiene hambre. Un beso de despedida. La muerte que asoma por la ventana.  El olvido. La incapacidad de olvidar.  Las cuatro mentiras que todos decimos al día.  

Duele aquella burla que hiciste. Duele sentirte pequeña. Reconocer una caricia fingida. La cobardía que hace apretar los dientes. Cada golpe cuando mi hijo cae al suelo. 

Duele darte cuenta de que duelen tanto las cosas...

Y duele también darte cuenta de que no sientes dolor.  

martes, 21 de agosto de 2012

Una mosca en la mochila


La mosca de mi padre. Llevo desde ayer pensando en ella. Tiene la teoría de que cuando los sevillanos se van de vacaciones disminuye el número de personas en la ciudad pero la cantidad de estos insectos permanece estable. Por lo tanto tocamos a más. Él está convencido de que, desde hace unos días, siempre le acompaña la misma. Se ha convertido en su mascota. Y le ha tocado por pura estadística. Le espera al salir de casa, le acompaña por la Puerta Jerez y espera paciente en su posabrazos hasta que se termina el descafeinado junto a mí. Mi mente, dispersa por el calor y otras cosas, me llevó de la mosca a las mascotas, de las mascotas a mis hijas, de mis hijas a los ponis y del poni de cuatro patas que quieren las niñas y no cabe en mi casa, al protagonista argumental de un cortometraje que hace unos años, cuando habitaba la felicidad más absoluta, me puso mi hermana Olga en su portátil justo antes de salir a cenar y que, por cierto, me contagió un malestar que duró toda la velada. Se titulaba Ponys: “pony es una cosa que te pasó de pequeña y te deja marcada para toda la vida”. Tres amigas desnudaban sus traumas llegando a utilizarlos como armas arrojadizas, descarnadamente, entre ellas.

A medida que vamos creciendo, madurando, vamos cargando, lo que he oído calificar últimamente como ‘mochila’ de experiencias positivas y negativas, miedos, frustraciones, muestras de cariño, sensaciones de rechazo, sentimientos de ser admirado, de ser despreciado, triunfos, fracasos, sonrisas, llantos. Situaciones y relaciones humanas cargadas de contenido emocional que se van multiplicando exponencialmente y que, sin darnos cuenta, van conformando nuestra personalidad y con ella, nuestra forma de reaccionar ante las situaciones. Encrucijadas que, de forma paralela a la disminución de espacio en la mochila, van surgiendo y conformando el pequeño universo que nos rodea. Por la experiencia vivida hasta mis treinta y muchos, algunas veces su contenido se convierte en un gran aliado que nos hace acertar de pleno y, otras, en un enemigo imbatible que nos precipita inevitablemente a errar. Pero los fantasmas, los ponis, las mochilas, son tan ‘yos’ como nosotros mismos, nos gusten o no, los hayamos elegido en la carta o hayan sido impuestos como el menú en el comedor escolar o en el campamento. Y con los años, como las moscas en verano, cada vez tocamos a más.

Nuestra relación con ellos es inversa a la que, en ciertas ocasiones, tenemos con el amor. Primero nos pasan desapercibidos, después ponemos todo nuestro esfuerzo en ignorarlos, más tarde los miramos de frente y vemos aspectos que nos gustan y otros tantos que nos desagradan y, finalmente, aprendemos a aceptarlos tal y como son, por inevitables y por comprender que no hay nada mejor que quererse y hasta empatizar con uno mismo. A pesar de estar de acuerdo con todas esas personas que insisten en que la felicidad se encuentra en nosotros mismos, en que tenemos que lograr habitar nuestro cuerpo en plena armonía, en que somos ‘la naranja entera’… sigo siendo una romántica que cree que camina por el mundo alguien que, en cada uno de nosotros, potenciará hasta el extremo ese bienestar y que reducirá a la mínima expresión los malos momentos. Pero ahora, en ‘la mitad de esta carretera’, contemplo como las dificultades se multiplican en ese sentido. No sólo tienen que encajar como los rompecabezas el tú y el yo. Además, tus fantasmas no pueden asustar a los míos. Tus ponis deben ser capaces de estabular junto a los míos. Tu mochila no debe hacer que la mía soporte un peso mayor del que ya carga mi espalda, sino fundirse ambas en un solo bulto que no nos impida andar, sino todo lo contrario, que la adición de sus masas las convierta en algo tan liviano como una mosca.

martes, 14 de agosto de 2012

Jaque mate a mi autoestima



- Perdone, señor, -dijo el tímido estudiante- pero no he sido capaz de descifrar lo que me escribió usted al margen en mi último examen.

- Le decía que escriba usted de un modo más legible -le replicó el profesor.

Hace poco leí este pequeño diálogo en algún sitio de la red y me hizo reflexionar. Es común imaginar lo mejor de nosotros mismos.  Es fácil publicitarnos a nosotros mismos. Pero los defectos sólo los vemos en los demás, a quienes juzgamos constantemente. Nuestras propias grietas las enterramos, las ignoramos, sepultando lo que en realidad somos con ellas.
Hoy en este post no voy a poner mi mejor perfil en la foto. Voy a darle una lección ejemplar a mi exagerada autoestima relatando uno por uno mis horribles defectos. No me malinterpretéis: no es que haga pleno en los siete pecados capitales, pero sí atesoro una sustanciosa cantera de no-virtudes. Ahí va una: soy demasiado informal. Preguntadle a mis amigas cuántas veces he quedado con ellas y me he excusado a última hora. Una quedada para un café, una salida nocturna, una fiesta. Dejar colgada a la gente sólo es posible si tienes otro defecto bajo la piel: el egoísmo. Es así: si soy capaz de no afrontar un compromiso adquirido por cualquier motivo es porque pienso más en mí misma que en la(s) otra(s) persona(s). Soy egoísta practicante, pues. Además, reconozco públicamente que padezco constantes cambios de humor. Sin llegar a ser ciclotímica diagnosticada (la versión más light del trastorno bipolar) puedo despertarme con el humor de Dora la Exploradora y el mero hecho de que se me caiga el zumo me convierte en segundos en el malhumorado Pato Lucas). No quiero dejar pasar esta oportunidad de confesión para citar el que –junto al defecto anterior- padece mi querido marido: soy celosa. Nunca lo he sido especialmente, pero es algo que ha ido apareciendo con la edad, como las canas y las patas de gallo. Supongo que al encontrar por fin a la persona con la que quiero pasar el resto de mi vida, el miedo a perderla provoca que haya hecho cosas de las que no estoy orgullosa, como intentar cercenar su libertad o provocar su malestar en algunas situaciones. Sin saber que en su libertad –a través de la que ha elegido estar conmigo- reside el verdadero amor. Este defecto deriva de otro, que lo sustenta y al que ya dediqué todo un post: la vulnerabilidad. Si, me considero vulnerable, y aunque es algo que me hace sentir viva y conectada con lo que me rodea, me aterra la sensación de fragilidad que a veces me invade. Bajar del pedestal y darse cuenta de que se es de carne y hueso… aterra.
Aparte de estos defectos mayúsculos (seguro que me dejo muchos en el tintero, pero creo que son los más sobresalientes) os contaré que no sé sintonizar la televisión, soy incapaz de cortar una loncha de jamón sin cargármelo, tengo una pésima relación con los aparatos electrónicos y canto fatal. Además, a veces soy excesivamente empalagosa, no sé conducir marcha atrás y no tengo lo que se dice demasiada habilidad con el dibujo. Pero estas son pequeñas cuestiones perdonables, ¿verdad?
 En definitiva, queridos amigos, concluyo que juzgamos a los demás porque tenemos miedo de mirar nuestro interior y abrir la caja de Pandora y por eso vemos en otros los defectos que nos caracterizan. Exageramos nuestras capacidades, ignoramos nuestros límites. Dicen que la mejor manera de conocerte es preguntarle a tus amigos. Ellos saben verte –desde el cariño pero también desde la distancia- tal como eres. Abierta queda la veda, chicas. Se aceptan comentarios.

 “Nuestras virtudes y nuestros defectos son inseparables, como la fuerza y la materia. Cuando se separan, el hombre no existe” (Nikola Tesla)
 
PD. No es que quiera justificarme, cariño, pero según una investigación realizada en la Universidad de Pisa (Italia), los celos tienen una explicación biológica que se encuentra en el bajo nivel en la sangre de serotonina, un neurotransmisor que controla en el cerebro también fenómenos como el hambre, el dolor o el humor. Alguna culpa tendrá la serotonina esa, ¿no?

martes, 17 de julio de 2012

El sol desaparecerá


El único terror infantil que recuerdo tomaba forma de túnel sin salida en mi imaginación. Una interminable suma de noches, de duermevelas, tuve la angustiosa sensación de estar en un camino que un día no iba a poder seguir recorriendo porque el vacío, tan inmenso como el frío polar que se instalaba entonces en mi estómago, lo interrumpía drásticamente y sin remedio. La certeza de la muerte me aterraba. Reflexionaba a menudo sobre la crueldad de lo inevitable de fallecer siendo consciente de ello. Envidiaba a los animales y, sobre todo, a aquellos que creían sin fisuras en una vida posterior. Incluso me empeñaba en tener fe en ella. Sin embargo, siempre llegaba a la conclusión de que todo lo que existe, incluida yo misma, no tenía un origen divino sino científico, una causa tan sumamente compleja que el ser humano, en el estadio que se hallaba de su evolución, era incapaz de descifrar.

Un reportaje elaborado por Informe Semanal sobre el Bosón de Higgs  me hizo retroceder, hace unos días, a esos miedos pueriles y me mantuvo boquiabierta durante su completa emisión. Científicos de todo el mundo conviven en un laboratorio de la Organización Europea de la Investigación Nuclear para comprobar si han aislado la partícula que explicaría la existencia de masa en el universo. La consideran la pieza final del rompecabezas que explicaría el segundo previo al Big Bang. Daría sentido a todos aquellos cuerpos que formamos el universo visible. O, al menos, algo así entendí… Con la que tenemos encima me vi absolutamente concentrada, por primera vez en mucho tiempo, en algo que no tenía nada que  ver con mis preocupaciones o problemas diarios. Y creo que fueron dos factores los que lograron ese efecto. Una frase de uno de los científicos –al que, por su rostro, directamente decidí bautizar como la inteligencia personificada-: “mi pensamiento científico no podía asumir el origen divino del universo pero tampoco podía rebatirlo. Ahora se abre una puerta para ello”. Y una afirmación de una física que aseguraba que “el sol desaparecerá, y con él todos nosotros”.

A pesar de que ambas sentencias y el propio reportaje no sólo me dejaban sin la esperanza de otra vida sino que hacían que el túnel inmenso de mi existencia se ampliara a la propia ‘Vida’ como concepto absoluto en un futuro remoto, resultaron ser, en mí, algo especialmente dinamizador a la vez que tranquilizador. Pensé entonces que el autoconocimiento debe ser para cada uno de nosotros lo que el Boson de Higgs para los científicos. El pilar, el elemento fundamental para abrir una puerta a la que, probablemente, seguirán otras muchas. Detrás de los sucesivos corredores está, para estos genios asentados en Los Alpes, el origen del universo. Detrás de los sucesivos corredores está, para cada uno de nosotros, la felicidad. Y no necesitamos ser físicos ni psicólogos para destripar nuestro ‘yo’.

Me sentí una afortunada por estar a medio camino entre el inicio de todo y el final. Quizás porque otro de los mensajes clave del espacio de divulgación fue que no había una razón para que la materia perdurara frente a la antimateria, “deberían estar destruyéndose una a la otra de manera permanente”, aseguraba una de las entrevistadas. Cada segundo, cada pálpito, es un regalo y me sentí obligada a disfrutarlo abriendo puertas, reconociendo cada una de las partículas de mi carácter, sin obviar ninguna. Girando pomos: el de la aceptación de mis defectos, el de la consciencia de mis virtudes, el de la lucha contra el miedo, y muchos más, aunque, para mí, lo más importante es accionar, a diario, el pomo de la coherencia conmigo misma. Para muchos será absurdo dedicar tantos esfuerzos y dinero, en este momento, a buscar el origen del Universo. Como para muchos otros resulta inútil buscar la felicidad. Respetables. Yo, sin embargo, admiro cada día a los que hacen una cosa y la otra.

Y mientras el sol se va y no, estamos aquí… y lo mejor es vigilar para que nadie se lleve “la luna debajo del brazo”: http://www.youtube.com/watch?v=6yE-ym9CEFo. Os dejo con Quique González que tengo algo importante que hacer: seguir viviendo. "Porque no es la otra vida, es ésta" (El secreto de tus ojos).

Swift.

viernes, 13 de julio de 2012

Mensaje en una botella


Desde muy niña he tenido una fantasía recurrente, una suerte de realismo mágico, ese género que tanto me gusta,  y que se hace realidad: recibir un mensaje en una botella en el mar. Os reiríais si os detallo cuántas horas he pasado en la orilla mirando fijamente las olas, por si traían consigo algo para mí contenido en paredes de vidrio. No sé cómo interpretarlo. No sé si me influyó demasiado aquel capítulo de “Verano azul” en el que Bea recibía una, si se trata de una metáfora de que espero algo que nunca llega o, simplemente, que lanzar al océano un mensaje enrollado dentro de una botella me parece uno de los gestos más románticos que jamás hayan existido. Románticos doblemente: quien las lanza, arroja con ellas su esperanza, su ilusión. Quien las recibe tras el remolino de las aguas, abre con ellas la magia, la sorpresa, la imaginación.
Puede ser el mensaje desesperado de un náufrago. De un enamorado con el corazón roto; o de una enamorada agradecida. También de alguien que cuenta un secreto inconfesable. O simplemente de una persona que sabe que nadie leerá su escrito pero lo lanza al mundo como un mudo que grita. En un acto voluntario de resignación.
Pero no creáis que los mensajes no llegan. La mayoría, sí lo hacen. Os voy a contar la historia de Harold Jackett, un hombre canadiense de cincuenta años, que ha lanzado al mar nada menos que 5.000 botellas. Desde la isla en la que vive, llamada Príncipe Eduardo, en el océano Atlántico, lleva toda su vida lanzando botellas. En ellas deja un correo postal y ruega que se le conteste. Eso sí, estudia los vientos y las corrientes marinas, para asegurarse de que la travesía es productiva. Y las botellas son de plástico. Lo más increíble de todo ese que ha obtenido 3.100 cartas de respuesta ¡algunas hasta 13 años después de su envío original! Las respuestas han venido de Islandia, las Bahamas, Rusia y países de África, entre otras partes del mundo. ¿No os parece algo maravilloso?
Yo nunca he lanzado una al mar. A mi ahora marido le pedí matrimonio dejando una flotando en la bañera, porque en Triana no hay océano, vaya. Pero un día lo haré, estoy convencida. Cuando sea una octogenaria sabia, escribiré las claves de la felicidad en un papel. Pondré que el amor a los demás es lo más importante. Que a nadie le engañen con las promesas que ofrecen las cosas que se compran. Pondré que un amigo de verdad es para siempre. Que el tiempo hay que exprimirlo, no dejarlo pasar. Que hay que enfadarse menos. Que un abrazo fuerte es lo más bonito del mundo. Pondré todas esas cosas para que quien lo lea en un futuro, una niña como yo lo era descalza en la arena y con la mirada perdida en el gigante azul, tenga un ápice de esperanza.  
Quién sabe. Quizás pasamos la vida buscando y tirando mensajes en una botella.

jueves, 5 de julio de 2012

Un olé por los macarras


Hoy voy a hacer un alegato a favor de los macarras. Y diréis, ¿esto a cuento de qué? Pues sí, lo confieso anoche vi Tres metros sobre el cielo y desde entonces no me quito a este chico de la cabeza. Muchos dirán (los y las más machistas, supongo) que es un calentón de treintañera, y yo la verdad es que no voy a negarlo, pero lo de este chiquillo (sí, chiquillo, porque es que no puedo evitar ya mirar a los yogurines desde la distancia que da la edad cuando se pasan los 30, y encima se es madre) es que ¡NO ES NORMAL!.
Mario Casas en un fotograma de la peli.

Obviamente y en primer lugar me refiero al físico (no tengo el gusto yo de conocer al chico en persona) pero también al papel que hace en la película. Es el típico guaperas, buenorro, chulo, traumatizado por un acontecimiento familiar y al que para rematar, no podía faltar el detalle de la moto.

Y es que la verdad que la peli reúne todos los tópicos de las historietas juveniles con las que los americanos llevan bombardeándonos años y  que engancha a los adolescentes (y a los no tan adolescentes, ¡qué coño!) Chico malo, conoce a chica buena, se enamoran perdidamente para descubrir que pertenecen a mundos demasiado diferentes e incompatibles

Todas y todos negaremos, con cara de asco incluso, que nos gusten estas películas. Como mucho, admitiremos que nos entretienen en una tarde de sofá y lluvia en fin de semana.

Pero entonces ¿porqué son un éxito y se siguen haciendo repitiendo el mismo guión?
Desde mi punto de vista y en cuanto a la audiencia femenina (el masculino será objeto de otro post), es porque a las mujeres nos encantan los macarras.

Que levante la mano la que no haya tenido un macarra en su vida y la que la levante, que piense si al menos no ha fantaseado alguna vez con la idea; que no haya pasado tardes babeando por el más malo del instituto, ése que no tiene nombre ni apellidos, sólo mote; ése que en la facultad pasaba más tiempo jugando a las cartas que en clase, ése que en el trabajo no se corta un pelo para mirarte el culo en cuanto te das la vuelta y encima te lo dice…

Yo no os voy a decir quién fue mi macarra pero, sin duda lo tuve y en varias versiones (que las hay) y no me arrepiento. De hecho, llevo más allá mi teoría y os digo que mi marido es un santo, sí, pero con un macarra dentro.

lunes, 2 de julio de 2012

Las sillas volaron sin hélices, como los ángeles...


Hace pájaros de barro y los echa a volar y sabe que los ángeles no tienen  hélices. Por eso, cuando vio levitar las sillas sobre nuestras cabezas, hacia no se sabe dónde, como su bruja volandera de entrevientos y cerrojos, seguía cantando Disneylandia con una sonrisa, sin asombro, sin considerarlo un contratiempo sino un comportamiento obvio. ¿Quién quiere sillas? ¿Quién puede permanecer sentado frente a Manolo García? Ni yo, hace poco más de cuatro años, cuando mi hermana me regaló una entrada estando embarazada de ocho meses, para el único concierto que pensé que me iba a perder, desde que, a  los diecisiete, empezara una de mis mejores costumbres: disfrutarlo en San Fernando o Sevilla en cada una de sus giras, con Quimi o en solitario. Acabé saltando, casi como el viernes, con mi niña en el vientre. Inevitable.

Único. Genial. Insuperable letrista. Creador de mensajes que, envueltos en su música, cantan al amor, a la fantasía, a la profundidad de los sentimientos, a los más puros valores humanos, también al desasosiego, la incertidumbre, el abandono, pero siempre, estos últimos, impregnados de la esperanza, de la confianza en nosotros mismos, presentes en cada una de sus canciones y que explota en el que, a pesar de sus cinco discos en solitario, siempre será su himno, Insurrección de El Último de la Fila.

Ni el único ‘gran fallo’ que supondría para la organización que el micrófono de García se quedara mudo justo cuando iba a cantar el primer single de su último disco, significó nada para un aforo entregado. El  auditorio a una coreó Un giro teatral aplastando el problema técnico, solucionado inmediatamente, acompañado de la sonrisa de Manolo que, del cabreo inicial, había pasado a la complicidad plena con todos nosotros.

Conjunción, simbiosis, respeto mutuo llevado al extremo cuando se decidió a mezclarse con sus devotos a cantar juntos que el tiempo, sólo un recodo más en nuestra ilusión, ávida de cariño y de olvido, nunca es perdido. Un par de miembros de su equipo de seguridad le seguían, aunque no era necesario, nos apasionan sus pensamientos, plasmados en insuperables historias, pura filosofía (de vida); su magnífico espectáculo; su entrega; sus músicos. En su rostro relajado, que contemplé a diez centímetros, y en su entera voz, se podía comprobar que sabe que no está rodeado de fanáticos que quieren tocarle, abrazarle o besarle sino escucharle, sentir su música, memorizar sus reflexiones y saltar con él.

Casi tres horas de música en las que nos recordó que siempre debemos preferir el trapecio; que no hay nada más mientras dos bocas se quieran besar; que cualquier cosa es mejor que ser la sombra de la sombra de la sombra de nadie; que tenemos derecho a quererlo todo y que para ello siempre nos quedará la posibilidad de calzarnos unas botas de siete leguas; que no debemos olvidar que somos levedad; que siempre hay alguien que puede remendarnos nuestra sonrisa rota, con el rabo blanco de un gato perplejo; que no debemos dejar que se duerman los sentidos; que por amor se puede llorar tanto para llenar un saco de gatos, cuando amamos desesperadamenteA la sombra de una palmera, un ratito a pie y otro caminando, se permitió el lujo de renunciar a cantar, al menos, cinco de sus nuevas canciones. En su excelso repertorio es difícil elegir. Gracias. Me quito el sombrero.


domingo, 1 de julio de 2012

¿Generación digitalizada o dijitalizada?


Desde hace un tiempo vengo observando cambios continuos en la educación escolar, pero no me estoy refiriendo a reformas políticas ni nada de eso, si no a la enseñanza de hoy día.

Ya tuve mi primera contrariedad cuando mi hijo empezó la guardería con cuatro meses y medio (entonces era una mamá trabajadora fuera de casa). Para entonces pedí la reducción de jornada y salía de la agencia a las 13.00 horas. Trabajaba cuatro horas y tres horas más una tarde a la semana. Bueno, como iba diciendo, la guardería la tenía a escasos tres minutos en coche de la oficina, el problema era encontrar aparcamiento, ni  siquiera en doble fila, con lo cual tardaba una media de 10 minutos en llegar a recoger a mi hijo que salía a la una también.

Un buen día me llamó la directora de la guardería para decirme que, claro, yo llegaba diez minutos tarde cada día y eso no podía ser. Entendí perfectamente que era una cuestión de “pasta”, como todo en las guarderías, por lo que le propuse abonarle el cuarto de hora de más que hacía mi hijo como pasaba con los niños que entraban antes a primera hora de la mañana. ¡Vaya! Esto no podía ser. No lo contemplaba “esa su escuela”.

 Sólo tenía la señora dos posibles soluciones: La primera, que lo dejase a comer en el cole por un módico precio mensual de 220 euros más. Ni loca. Esta se creía que yo fabricaba dinero por la noche. Me negué, le dije que por diez minutos no pagaba 200 euros más e insistí en pagarle el cuarto de hora e incluso pujé por la media hora. ¡Qué va! No había manera.

Entonces, viendo que no me convencía apeló a mi conciencia de madre y me dijo que lo único que estaba consiguiendo era alterar la rutina de mi hijo que se quedaba el último en la clase para salir a mediodía y por ello sufría. Aluciné. Y me vendió una clase de psicología infantil por sacarme los doscientos euros que todavía no se la cree ni ella.  Tuve que aceptar la segunda propuesta, aunque me puse fina con ella: Salir del trabajo quince minutos antes. Entonces entraba un cuarto de hora antes. Uff, no sé si me he explicado bien. Si no, me lo decís. 

Ahora en el cole, me voy encontrando con nuevas metodologías psicológicas, que no digo que no vayan bien, pero que considero que si nos centramos sólo en eso, la enseñanza como tal es esa “gran mierda”, y con perdón, que tenemos ahora. Ya no puedes estar con tus compañeros de clase desde que entras en la escuela hasta que sales. No, no. Ahora en tercero de Primaria te mezclan y te separan de tus grandes amigos para que seas sociable, no crees dependencia y crezcas mejor como persona. Ojo, que no digo que esté mal, pero es que llegan a vendértelo de tal forma que parece que si no se hace así, tu hijo puede llegar a ser un ermitaño, huraño, asocial y con unos complejos acojonantes. Verás, que está bien, pero que en mi época desde primero de EGB a COU fui la número 10 de la lista de clase por apellidos porque no hubo apenas variación y me siento una persona totalmente normal, creo.

Luego viene la sección tecnológica. Pizarras digitales para todos. ¡Biennn! Reducimos personal, echamos maestros de las escuelas porque no hay presupuesto, pero que no falten, por Dios,  que no falten esas estupendas pizarras digitales tan imprescindibles para la enseñanza. Una para cada clase. Uff, con esto sí que no puedo. Y luego, me enfrento a niños de 13, 14 y 15 años que cometen faltas de ortografía a mansalva. Pero de esas que dañan la vista. De esas que por más que las mires no te acostumbras a ella. A ver por haber, V donde van B o al contrario, Halla por Haya, etc, etc, etc.

Por eso digo, que las metodologías psicológicas están muy bien si se saben compaginar con una calidad de enseñanza, porque me temo que, de seguir así, tendré un hijo muy sociable, con unas adaptaciones rutinarias estupendas y unos conocimientos tecnológicos maravillosos, pero que tendrá que preguntarme con 30 años si digital se escribe con G o con J.

Un besazo y feliz día a todos

viernes, 29 de junio de 2012

Antimujer


Siempre he dicho de mí misma que soy la ‘antimujer’. Me baso en dos hechos con los que tópicamente se identifica a una fémina: odio ir arreglada y no se me da bien el cotilleo.

Sí, soy de las que piensan que los tacones son una forma de tortura similar a las utilizadas en el medievo, pero con el agravante de que es consentida y está socialmente arraigada en un buen número de mujeres. Callos, ampollas, dolores de espalda, juanetes, tobillos torcidos. A ver, si todas nos bajásemos de los tacones, no habría que subirse a ellos para ser más alta que las demás ni tener el culo más respingón que la compañera de trabajo, ¿no? Yo soy más de Dr. Scholl, Fluchos o CBT, lo reconozco.

Y lo he intentado, amigas. En nochevieja me dije a mí misma “en 2012 me voy a sacar más partido, voy a ir maquillada, me pondré tacones y medias de red”. Fui a una tienda de maquillaje. Cuando comprobé la variedad que había y que era necesario estudiar un posgrado para maquillarte. Lo hay mate, en polvo, en suero, en base, en crema, hay sombras smoked eyes, en lápiz, gloss… ¡qué locura! Por cierto, si alguna sabe explicarme qué es un “iluminador” que me lo cuente, que aún no me he enterado.

Luego le pedí a mi madre por Reyes dos pares de taconazos. Diez centímetros. El dependiente gay de Springfield decían que era “lo más” para ser una “it girl”. Busqué en Google “it girl” y os traduzco para las que no sepan: un icono de la moda. Vaya, salí de allí pensando que me iba a comer el mundo desde arriba. Me los he puesto dos veces. Cuando me quedé atascada en el aparcamiento de albero de mi trabajo, dije que ya no más.

Se me olvidaba. Comencé a comprar Glamour y Vogue. Pero no las entendía, lo digo en serio. Aparte de ver las fotos, cuando intentaba inmiscuirme en algún texto, no sabía de qué estaban hablando, lo juro. Pongo un ejemplo real: “Tu must have de belleza de este verano es llevar el corte Shaggy en todas sus versiones: el corte Shaggy se llama así por el dueño de Scooby Doo”. Está bien el que fomenten la cultura audiovisual… pero no me entero de nada, lo siento.

A lo que iba. Enero cumplí mi propósito y fui una –mal entrenada e incómoda- mujer superfemenina. Mis compañeros de trabajo me aplaudían con sorna al verme entrar. En febrero algunos días fallé y cambiaba las medias de red por los vaqueros. Y en marzo, la pereza pudo conmigo. No tengo remedio.

Respecto al cotilleo, soy penosa. Nunca me entero de nada. Cuando las vecinas vienen a contarme un chisme no puedo participar de él porque nunca sé de quién hablan. “Si, hija, la que vive en la esquina que su marido es pescaero y ella siempre va muy apretá”. Ni con esas señas la identifico. Caso real, ayer en la fiesta de la guardería de mi hija. Una de las profesoras sentada a mi lado con un chico y otra pareja. Y yo le pregunto: “¿y tu marido, Sonia, que siempre viene haciendo fotos?” Todos se ríen. El marido había sido reemplazado hacía un año por el otro chico, el que se sentaba a su lado. Yo, claro, sin enterarme de nada.

Además, se me da tan mal contar cotilleos y el algo tan antinatural en mí, que me da por reír. Sí, cuando hablo mal de alguien me río. Todo un objeto de estudio científico.

Pero bueno. Tengo mi punto también, oye. No penséis quiénes no me conozcáis que bebo birras por doquier viendo el fútbol y no me depilo las piernas. De hecho, llevo un año pintándome las uñas de los pies, y me enorgullezco de este detalle snsual femenino. Pero, qué queréis que os diga, me puede la comodidad, la cara lavada, los pies planos, la sencillez. Y a partir de ahora rectificaré, porque hay muchas como yo, lo sé. No soy la ‘antimujer’, soy igual que las demás, pero a mi manera.

martes, 26 de junio de 2012

¿Siempre positivos?


Últimamente me asaltan demasiados mensajes, desde diferentes frentes, sobre lo importante que es la actitud positiva ante cualquier situación que se nos plantee en la vida para lograr ser más felices. Supongo que dicha afirmación, analizada en profundidad y teniendo en cuenta todos sus matices, con su correspondiente teoría y argumentación, tendrá una base psicológica importante y absolutamente recomendable para todos. Aunque, quizás, en muchos casos, nos puede hacer caer en la simplificación y, me atrevería a decir, que a precipitarnos, rodando, por la ladera del conformismo y la resignación.

No me considero una persona pesimista, aunque tampoco afirmaría, honestamente, que suelo ver, a bote pronto y de forma diáfana, el lado positivo de lo que me pasa. Y no creo que sea cuestión de autoconfianza o autoestima, características que no echo de menos en mi forma de ser, sino más bien de la autoexigencia constante para lograr los objetivos que considero, basándome en el autoconocimiento, deben ser inherentes a mi ‘estado feliz’. La frustración es la que estira la pierna, cuando se me presenta un obstáculo, suponiendo una zancadilla certera a ambos rasgos que, una vez incorporada de nuevo, resurgen.

Quizás sean mi impaciencia y la necesidad de divisar una posibilidad de victoria objetiva y clara ante cualquier reto, las que contribuyen a que “el velo transparente del desasosiego” se instale “entre el mundo y mis ojos” (sí, no es mío, es de Drexler) en demasiadas ocasiones. Y, aunque como él mismo afirma “la vida es más compleja de lo que parece”, en todas esos momentos mis ojos no enfocan todas las cosas positivas que tengo –aunque no sé si debería-. Ésas las doy por hechas, por conseguidas, por cuidadas, por protegidas convenientemente, por inevitables, y centro mi atención en las otras, en las que quiero que sean como me gustaría. Y, para que sean como anhelo, no me conformo con ‘pensar en positivo’ para que todo se vuelva positivo a mi alrededor, no me resigno a ‘soñar hermoso’ para que mis sueños hagan hermosa mi realidad. Supongo que también es necesario hacerlo, y lo haré, pero a ese factor hay que sumar una amplia dosis de esfuerzo, de claridad de miras, de deseo de horizonte y, en menor proporción, aunque nunca viene mal, unos gramos de suerte aderezados con “los dedos juguetones del destino” (palabras también robadas a Drexler).

Y tirando del repertorio de Manolo García, con el que vibraré dentro de cinco días, os confieso que “un día supe que buscar era lo que me mantenía despierto”. Despierta para buscarla: la felicidad. Y para ello necesito nadar en la certidumbre, aunque a veces eso sea imposible, aunque en ocasiones me quede sin aire, o me falten fuerzas y me sumerja durante segundos, pero siempre me queda aliento para volver a sacar la cabeza y respirar, y llegar a la orilla y andar, e, incluso, volar… y si, a veces, como a un halcón, me hieren las flechas de la incertidumbre, porque lo que quiero se me escapa de las manos, sólo me queda una salida, "la insurrección" (sí, de El Último de la Fila). Ella siempre está en mis manos. En nuestras manos.

lunes, 25 de junio de 2012

Tú decides


No sé si será porque estoy más cansada, por la época del año, porque con el calor todo me pesa y el agotamiento me puede, pero estoy especialmente susceptible, y no es una queja, simplemente voy a escribir sobre una parte importante de mi vida que es mi trabajo,os voy a hablar de un tema por el que luchamos a diario para que todo sea mejor, pero siempre nos quedan muchos espacios por cubrir y éste es uno de ellos.


Antes de casarme y formar una familia, el contexto con el que me relacionaba estaba “controlado” quiero decir que mis amistades estaban informadas la mayoría, mi familia también y casi siempre vivía para trabajar. Ahora trabajo para vivir por mi salud mental y familiar está claro, pero eso no quiere decir que me importe menos, que no siga luchando por las personas más débiles y que cada dia que pasa después de tantos años me siento muy satisfecha porque a la vez que realizo mi trabajo y me gusta, se que ayudo a muchas personas, y cada vez que tengo la oportunidad intento que los demás también aporten su granito de arena.

 Mi contexto es diferente ahora, hay mucha desinformación y tengo que explicar continuamente que mi trabajo no es peligroso y no dejar de reirme interiormente cuando me preguntan a que me dedico y ponen esos ojos abiertos que (ni se imaginan cuanto afea y arruga) y sueltan el pufffff, pero no me enfado, soy más transigente y “comprensiva” y simplemente me paro y si, doy explicaciones y desestigmatizo, porque es necesario YA ESTÁ BIEN!!!


Voy a empezar por explicaros que la palabra Estigma viene del verbo stizein en griego – marcar o tatuar – era una palabra utilizada en la antigua Grecia para marcar, cortando o quemando la piel viva, a los criminales y esclavos para poder identificarlos y que los demás pudieran ver que eran personas de menor valor. El término se ha empleado a lo largo de los siglos para indicar que ciertos diagnósticos despiertan prejuicios contra las personas. Por ejemplo, durante la Edad Media, un grupo discriminado fue el de quienes padecían lepra. Más recientemente, a quienes padecen cáncer o sida. La discriminación a las personas con enfermedad mental ha sido una constante a lo largo de los siglos.




Os aseguro que no existe otro trastorno psiquiátrico tan lleno de estereotipos y estigmas  como el de la esquizofrenia, la mayor parte de las personas tienen un gran desconocimiento sobre sus síntomas, y los que conocen destacan los aspectos negativos como, por ejemplo, violencia o conductas agresivas, y esto simplemente me entristece, ni os imagináis el sufrimiento que genera este prejuicio (casi todo se lo debemos a los medios de comunicación y hemos avanzado bastante, es verdad que ya no existe tanto morbo, pero se destacan aquellos aspectos que son más ‘llamativos’).

“¿Nunca te has dado cuenta de que  siempre es más fácil creerse lo malo?” (Pretty Woman)


La persona con enfermedad mental debe afrontar una doble dificultad para recuperarse: la enfermedad en sí y los prejuicios y discriminaciones que recibe por padecerla y no solo eso, sino que la mayoría de las veces estos estereotipos y prejuicios también los tiene la propia persona, que asume esas actitudes marginadoras y se autodiscrimina.


Y todo esto lo único que hace es empeorar su recuperación, no pueden dominar su situación personal y son incapaces de buscar o vivir de forma independiente, y es posible que ni siquiera lo intente. Ello le puede llevar a fracasar en su tratamiento, y rechazar más la enfermedad mental que los familiares o el personal de los servicios de salud mental que le atiende.


Solo os pido por favor, que antes de decir “ el loco o la loca” os paréis a pensar que es una persona con una vida, con familia y con fuerza suficiente para luchar contra la enfermedad pero con cobardía para luchar contra la sociedad, así que por favor no se lo pongamos mas difícil.


GRACIAS, MUCHAS GRACIAS