Siempre
he dicho de mí misma que soy la ‘antimujer’. Me baso en dos hechos con los que
tópicamente se identifica a una fémina: odio ir arreglada y no se me da bien el
cotilleo.
Sí,
soy de las que piensan que los tacones son una forma de tortura similar a las
utilizadas en el medievo, pero con el agravante de que es consentida y está
socialmente arraigada en un buen número de mujeres. Callos, ampollas, dolores
de espalda, juanetes, tobillos torcidos. A ver, si todas nos bajásemos de los
tacones, no habría que subirse a ellos para ser más alta que las demás ni tener
el culo más respingón que la compañera de trabajo, ¿no? Yo soy más de Dr.
Scholl, Fluchos o CBT, lo reconozco.
Y lo
he intentado, amigas. En nochevieja me dije a mí misma “en 2012 me voy a sacar más partido, voy a ir maquillada, me pondré
tacones y medias de red”. Fui a una tienda de maquillaje. Cuando comprobé
la variedad que había y que era necesario estudiar un posgrado para
maquillarte. Lo hay mate, en polvo, en suero, en base, en crema, hay sombras
smoked eyes, en lápiz, gloss… ¡qué locura! Por cierto, si alguna sabe
explicarme qué es un “iluminador” que me lo cuente, que aún no me he enterado.
Luego
le pedí a mi madre por Reyes dos pares de taconazos. Diez centímetros. El
dependiente gay de Springfield decían que era “lo más” para ser una “it girl”. Busqué en Google “it girl” y
os traduzco para las que no sepan: un icono de la moda. Vaya, salí de allí
pensando que me iba a comer el mundo desde arriba. Me los he puesto dos veces.
Cuando me quedé atascada en el aparcamiento de albero de mi trabajo, dije que
ya no más.
Se me
olvidaba. Comencé a comprar Glamour y Vogue. Pero no las entendía, lo digo en
serio. Aparte de ver las fotos, cuando intentaba inmiscuirme en algún texto, no
sabía de qué estaban hablando, lo juro. Pongo un ejemplo real: “Tu must have de belleza de este verano es
llevar el corte Shaggy en todas sus versiones: el corte Shaggy se llama así por el dueño de Scooby Doo”.
Está bien
el que fomenten la cultura audiovisual… pero no me entero de nada, lo siento.
A lo que iba. Enero cumplí mi propósito y fui una –mal
entrenada e incómoda- mujer superfemenina. Mis compañeros de trabajo me
aplaudían con sorna al verme entrar. En febrero algunos días fallé y cambiaba
las medias de red por los vaqueros. Y en marzo, la pereza pudo conmigo. No
tengo remedio.
Respecto
al cotilleo, soy penosa. Nunca me entero de nada. Cuando las vecinas vienen a
contarme un chisme no puedo participar de él porque nunca sé de quién hablan. “Si, hija, la que vive en la esquina que su
marido es pescaero y ella siempre va muy apretá”. Ni con esas señas la
identifico. Caso real, ayer en la fiesta de la guardería de mi hija. Una de las
profesoras sentada a mi lado con un chico y otra pareja. Y yo le pregunto: “¿y
tu marido, Sonia, que siempre viene haciendo fotos?” Todos se ríen. El marido
había sido reemplazado hacía un año por el otro chico, el que se sentaba a su
lado. Yo, claro, sin enterarme de nada.
Además,
se me da tan mal contar cotilleos y el algo tan antinatural en mí, que me da
por reír. Sí, cuando hablo mal de alguien me río. Todo un objeto de estudio
científico.
Pero bueno. Tengo mi
punto también, oye. No penséis quiénes no me conozcáis que bebo birras por
doquier viendo el fútbol y no me depilo las piernas. De hecho, llevo un año
pintándome las uñas de los pies, y me enorgullezco de este detalle snsual femenino.
Pero, qué queréis que os diga, me puede la comodidad, la cara lavada, los pies
planos, la sencillez. Y a partir de ahora rectificaré, porque hay muchas como
yo, lo sé. No soy la ‘antimujer’, soy igual que las demás, pero a mi manera.