viernes, 29 de junio de 2012

Antimujer


Siempre he dicho de mí misma que soy la ‘antimujer’. Me baso en dos hechos con los que tópicamente se identifica a una fémina: odio ir arreglada y no se me da bien el cotilleo.

Sí, soy de las que piensan que los tacones son una forma de tortura similar a las utilizadas en el medievo, pero con el agravante de que es consentida y está socialmente arraigada en un buen número de mujeres. Callos, ampollas, dolores de espalda, juanetes, tobillos torcidos. A ver, si todas nos bajásemos de los tacones, no habría que subirse a ellos para ser más alta que las demás ni tener el culo más respingón que la compañera de trabajo, ¿no? Yo soy más de Dr. Scholl, Fluchos o CBT, lo reconozco.

Y lo he intentado, amigas. En nochevieja me dije a mí misma “en 2012 me voy a sacar más partido, voy a ir maquillada, me pondré tacones y medias de red”. Fui a una tienda de maquillaje. Cuando comprobé la variedad que había y que era necesario estudiar un posgrado para maquillarte. Lo hay mate, en polvo, en suero, en base, en crema, hay sombras smoked eyes, en lápiz, gloss… ¡qué locura! Por cierto, si alguna sabe explicarme qué es un “iluminador” que me lo cuente, que aún no me he enterado.

Luego le pedí a mi madre por Reyes dos pares de taconazos. Diez centímetros. El dependiente gay de Springfield decían que era “lo más” para ser una “it girl”. Busqué en Google “it girl” y os traduzco para las que no sepan: un icono de la moda. Vaya, salí de allí pensando que me iba a comer el mundo desde arriba. Me los he puesto dos veces. Cuando me quedé atascada en el aparcamiento de albero de mi trabajo, dije que ya no más.

Se me olvidaba. Comencé a comprar Glamour y Vogue. Pero no las entendía, lo digo en serio. Aparte de ver las fotos, cuando intentaba inmiscuirme en algún texto, no sabía de qué estaban hablando, lo juro. Pongo un ejemplo real: “Tu must have de belleza de este verano es llevar el corte Shaggy en todas sus versiones: el corte Shaggy se llama así por el dueño de Scooby Doo”. Está bien el que fomenten la cultura audiovisual… pero no me entero de nada, lo siento.

A lo que iba. Enero cumplí mi propósito y fui una –mal entrenada e incómoda- mujer superfemenina. Mis compañeros de trabajo me aplaudían con sorna al verme entrar. En febrero algunos días fallé y cambiaba las medias de red por los vaqueros. Y en marzo, la pereza pudo conmigo. No tengo remedio.

Respecto al cotilleo, soy penosa. Nunca me entero de nada. Cuando las vecinas vienen a contarme un chisme no puedo participar de él porque nunca sé de quién hablan. “Si, hija, la que vive en la esquina que su marido es pescaero y ella siempre va muy apretá”. Ni con esas señas la identifico. Caso real, ayer en la fiesta de la guardería de mi hija. Una de las profesoras sentada a mi lado con un chico y otra pareja. Y yo le pregunto: “¿y tu marido, Sonia, que siempre viene haciendo fotos?” Todos se ríen. El marido había sido reemplazado hacía un año por el otro chico, el que se sentaba a su lado. Yo, claro, sin enterarme de nada.

Además, se me da tan mal contar cotilleos y el algo tan antinatural en mí, que me da por reír. Sí, cuando hablo mal de alguien me río. Todo un objeto de estudio científico.

Pero bueno. Tengo mi punto también, oye. No penséis quiénes no me conozcáis que bebo birras por doquier viendo el fútbol y no me depilo las piernas. De hecho, llevo un año pintándome las uñas de los pies, y me enorgullezco de este detalle snsual femenino. Pero, qué queréis que os diga, me puede la comodidad, la cara lavada, los pies planos, la sencillez. Y a partir de ahora rectificaré, porque hay muchas como yo, lo sé. No soy la ‘antimujer’, soy igual que las demás, pero a mi manera.

martes, 26 de junio de 2012

¿Siempre positivos?


Últimamente me asaltan demasiados mensajes, desde diferentes frentes, sobre lo importante que es la actitud positiva ante cualquier situación que se nos plantee en la vida para lograr ser más felices. Supongo que dicha afirmación, analizada en profundidad y teniendo en cuenta todos sus matices, con su correspondiente teoría y argumentación, tendrá una base psicológica importante y absolutamente recomendable para todos. Aunque, quizás, en muchos casos, nos puede hacer caer en la simplificación y, me atrevería a decir, que a precipitarnos, rodando, por la ladera del conformismo y la resignación.

No me considero una persona pesimista, aunque tampoco afirmaría, honestamente, que suelo ver, a bote pronto y de forma diáfana, el lado positivo de lo que me pasa. Y no creo que sea cuestión de autoconfianza o autoestima, características que no echo de menos en mi forma de ser, sino más bien de la autoexigencia constante para lograr los objetivos que considero, basándome en el autoconocimiento, deben ser inherentes a mi ‘estado feliz’. La frustración es la que estira la pierna, cuando se me presenta un obstáculo, suponiendo una zancadilla certera a ambos rasgos que, una vez incorporada de nuevo, resurgen.

Quizás sean mi impaciencia y la necesidad de divisar una posibilidad de victoria objetiva y clara ante cualquier reto, las que contribuyen a que “el velo transparente del desasosiego” se instale “entre el mundo y mis ojos” (sí, no es mío, es de Drexler) en demasiadas ocasiones. Y, aunque como él mismo afirma “la vida es más compleja de lo que parece”, en todas esos momentos mis ojos no enfocan todas las cosas positivas que tengo –aunque no sé si debería-. Ésas las doy por hechas, por conseguidas, por cuidadas, por protegidas convenientemente, por inevitables, y centro mi atención en las otras, en las que quiero que sean como me gustaría. Y, para que sean como anhelo, no me conformo con ‘pensar en positivo’ para que todo se vuelva positivo a mi alrededor, no me resigno a ‘soñar hermoso’ para que mis sueños hagan hermosa mi realidad. Supongo que también es necesario hacerlo, y lo haré, pero a ese factor hay que sumar una amplia dosis de esfuerzo, de claridad de miras, de deseo de horizonte y, en menor proporción, aunque nunca viene mal, unos gramos de suerte aderezados con “los dedos juguetones del destino” (palabras también robadas a Drexler).

Y tirando del repertorio de Manolo García, con el que vibraré dentro de cinco días, os confieso que “un día supe que buscar era lo que me mantenía despierto”. Despierta para buscarla: la felicidad. Y para ello necesito nadar en la certidumbre, aunque a veces eso sea imposible, aunque en ocasiones me quede sin aire, o me falten fuerzas y me sumerja durante segundos, pero siempre me queda aliento para volver a sacar la cabeza y respirar, y llegar a la orilla y andar, e, incluso, volar… y si, a veces, como a un halcón, me hieren las flechas de la incertidumbre, porque lo que quiero se me escapa de las manos, sólo me queda una salida, "la insurrección" (sí, de El Último de la Fila). Ella siempre está en mis manos. En nuestras manos.

lunes, 25 de junio de 2012

Tú decides


No sé si será porque estoy más cansada, por la época del año, porque con el calor todo me pesa y el agotamiento me puede, pero estoy especialmente susceptible, y no es una queja, simplemente voy a escribir sobre una parte importante de mi vida que es mi trabajo,os voy a hablar de un tema por el que luchamos a diario para que todo sea mejor, pero siempre nos quedan muchos espacios por cubrir y éste es uno de ellos.


Antes de casarme y formar una familia, el contexto con el que me relacionaba estaba “controlado” quiero decir que mis amistades estaban informadas la mayoría, mi familia también y casi siempre vivía para trabajar. Ahora trabajo para vivir por mi salud mental y familiar está claro, pero eso no quiere decir que me importe menos, que no siga luchando por las personas más débiles y que cada dia que pasa después de tantos años me siento muy satisfecha porque a la vez que realizo mi trabajo y me gusta, se que ayudo a muchas personas, y cada vez que tengo la oportunidad intento que los demás también aporten su granito de arena.

 Mi contexto es diferente ahora, hay mucha desinformación y tengo que explicar continuamente que mi trabajo no es peligroso y no dejar de reirme interiormente cuando me preguntan a que me dedico y ponen esos ojos abiertos que (ni se imaginan cuanto afea y arruga) y sueltan el pufffff, pero no me enfado, soy más transigente y “comprensiva” y simplemente me paro y si, doy explicaciones y desestigmatizo, porque es necesario YA ESTÁ BIEN!!!


Voy a empezar por explicaros que la palabra Estigma viene del verbo stizein en griego – marcar o tatuar – era una palabra utilizada en la antigua Grecia para marcar, cortando o quemando la piel viva, a los criminales y esclavos para poder identificarlos y que los demás pudieran ver que eran personas de menor valor. El término se ha empleado a lo largo de los siglos para indicar que ciertos diagnósticos despiertan prejuicios contra las personas. Por ejemplo, durante la Edad Media, un grupo discriminado fue el de quienes padecían lepra. Más recientemente, a quienes padecen cáncer o sida. La discriminación a las personas con enfermedad mental ha sido una constante a lo largo de los siglos.




Os aseguro que no existe otro trastorno psiquiátrico tan lleno de estereotipos y estigmas  como el de la esquizofrenia, la mayor parte de las personas tienen un gran desconocimiento sobre sus síntomas, y los que conocen destacan los aspectos negativos como, por ejemplo, violencia o conductas agresivas, y esto simplemente me entristece, ni os imagináis el sufrimiento que genera este prejuicio (casi todo se lo debemos a los medios de comunicación y hemos avanzado bastante, es verdad que ya no existe tanto morbo, pero se destacan aquellos aspectos que son más ‘llamativos’).

“¿Nunca te has dado cuenta de que  siempre es más fácil creerse lo malo?” (Pretty Woman)


La persona con enfermedad mental debe afrontar una doble dificultad para recuperarse: la enfermedad en sí y los prejuicios y discriminaciones que recibe por padecerla y no solo eso, sino que la mayoría de las veces estos estereotipos y prejuicios también los tiene la propia persona, que asume esas actitudes marginadoras y se autodiscrimina.


Y todo esto lo único que hace es empeorar su recuperación, no pueden dominar su situación personal y son incapaces de buscar o vivir de forma independiente, y es posible que ni siquiera lo intente. Ello le puede llevar a fracasar en su tratamiento, y rechazar más la enfermedad mental que los familiares o el personal de los servicios de salud mental que le atiende.


Solo os pido por favor, que antes de decir “ el loco o la loca” os paréis a pensar que es una persona con una vida, con familia y con fuerza suficiente para luchar contra la enfermedad pero con cobardía para luchar contra la sociedad, así que por favor no se lo pongamos mas difícil.


GRACIAS, MUCHAS GRACIAS