viernes, 21 de junio de 2013

Yo tenía una granja en Facebook

Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Gong. El ecuador atravesaba aquellas tierras a un centenar de millas al norte, y la granja se asentaba a unos seis mil pies...
¡Ay, no!, espérate, que eso le pasaba a otra. ¿Ves?, ya me he vuelto a hacer un lío, es que no sé dónde tengo la cabeza.
 A ver si ahora lo cuento bien. Empiezo de nuevo: Yo tenía una granja en Facebook... Sí, ahora sí voy bien. Sigo: Yo tenía una granja en Facebook, en una llanura verde inmensa, no sé si estaba a los pies de unas colinas o en una hondoná así, pabajo, porque no se podía ver mucho más allá de las cerquitas, pero sí te digo que yo allí tenía de todo, oye. Que yo plantaba mis fresas, mi café, mi maíz; que yo tenía mis corrales para mis vacas, mis cerditos, mis cabras; que había puesto hasta un establo para guardar a los caballos y potrillos que se me aparecían a las puertas de las cercas así, milagrosamente, y que ya venían domados y todo. Con unos vecinos la mar de amables que se pasaban el día mandándome regalos y arándome los huertos cuando yo salía a dar un paseo. Una maravilla de todas, todas. Y ni IBI pagaba yo. Sí, señor, así como lo lees, yo tenía una granja en Facebook.

Pero es que ahí no para la cosa. Si mal no recuerdo yo tenía unas cuantas cosas más. A ver que haga memoria... Ah! sí, ¿ves?, ya me acuerdo. Yo tenía un escritorio y varias estanterías para mí sola. No te voy a decir que los usara mucho, la verdad. Pero allí tenía yo un montón de libros, de cajas con apuntes, de cajas con fotos, de cajas con postales, de cajas con cajas,... Tenía un lapicero lleno de bolígrafos que solo usaba yo y un cajón lleno de tacos de post-its, clips, grapas, papel de fixo, unas tijeras; y hasta un aparatejo de esos que sirven para desgrapar folios y que tanto te distraen en los días interminables de estudio. Todo eso tenía yo y hasta lo ordenaba de vez en cuando. Y le limpiaba el polvo los años bisiestos, que resulta más que conocida la importancia de los ácaros en la prevención de las alergias malas, y porque tampoco hay que exagerar con el vicio de la limpieza.

Yo también tenía unas cuantas tarjetas en mi cartera. Tarjetas de esas que te dan en las tiendas para demostrarte que eres una muy buena clienta. Y muy mala no debía de ser ya que algunas, incluso, me felicitaban por mi cumpleaños y me ofrecían ofertas especiales de esas que no se pueden rechazar. Y hasta tenía un espacio en el salón para guardar los catálogos de MANGO, que me sabía de memoria, hasta el punto de comprobar cómo determinados establecimientos de la susodicha marca (o todos, mejor dicho) sacaban ropa antigua para las rebajas, ropa que no era ni de esa ni de las últimas tres temporadas. "Ropilla de relleno", como yo la tenía clasificada mentalmente.

Yo tenía muchas cosas pero lo que más tenía era mucho tiempo. Yo tenía tiempo para dormir mucho, tenía tiempo para leer, para estudiar, para ir al teatro, para planear viajes, para comprar, para pasear, para ir al gimnasio, para trabajar (sí, también para eso, y, por temporadas, en esto invertía la mayor parte de ese tiempo, no nos engañemos), para quedar con nuevos amigos, para quedar con viejas amigas, para ir al cine, para estar sin hacer nada tirada en el sofá con Jose,... Yo tenía una jartá de tiempo, vamos. Aunque yo entonces no me daba cuenta porque, claro, yo tenía "una jartá" de cosas que hacer.

Ahora ya no tengo granja, ni escritorio, ni estanterías con cajas, ni tarjetas, ni catálogos, ni sitio en el salón, ni tiempo pa ná. Ahora tengo dos muy buenas razones para no tener nada de esas cosas. Y me parece que de esto hace doscientos años.

Tampoco es que me hagan mucha falta. Tampoco es que me arreglaran la vida. Tampoco es que me acuerde mucho de ellas. Pero, a veces, muy de vez en cuando, no puedo evitar pensar en algunas y preguntarme así, de refilón, ¿qué será ahora de mis pobres vaquitas abandonadas a su suerte en el universo virtual? Y, claro, me pongo surrealísticamente nostálgica. Y luego me da por escribir cosas como esta. A ver qué le voy a hacer.
                                                                            
 

jueves, 30 de mayo de 2013

Ella tiene treintaydiez

No recuerdo el momento exacto en que nos encontramos por primera vez cara a cara. Supongo que tuvo que ser allá por el año 2003 cuando nuestros destinos laborales (e, inevitablemente, también los personales) comenzaron a converger. Debió de ser un día cualquiera del otoño de aquel año, supongo. Lo que sí conservo es esa extraña sensación de haberla conocido siempre. Al menos desde aquel remoto año 2000 en el que, recién terminada la Facultad, comencé a trabajar en un periódico provincial. Todavía entonces las notas de prensa se recibían casi exclusivamente por fax y uno de mis secretos placeres (además de repasar una y otra vez las fotos de la cajita que hacía las veces de archivo o fotocopiar con la tapa abierta, cual aparato de rayos uva) consistía en sentarme junto a la maquinita y ver salir el rollo de papel deslizándose hacia el suelo. En aquel momento, irremediablemente, allí aparecía su nombre impreso: “Delegación del Gobierno-Gabinete de Prensa-Vanesa Solano”. Si hubiera establecido entonces un concurso sobre quién enviaba más notas de prensa, ella lo habría ganado de calle. Quizá aún hoy lo seguiría ganando.

Algunos años después yo comenzaría a trabajar en un humilde gabinete de delegación provincial, bajo la coordinación de la persona poseedora del omnipresente nombre. Apenas una aprendiz pegada en comunicación institucional que se acostumbró a llamar a la “chicadelasnotasdelfax” ante cualquier duda laboral, pidiendo todo tipo de consejo y/o ayuda. Primero de forma tímida y, poco a poco, casi como parte de la rutina diaria. Y resultó que la chica del fax no sólo tenía un nombre, sino que también tenía una bonita voz que usaba de forma cálida y cariñosa, siempre dispuesta a echar una mano a alguien a quien ni siquiera había conocido en persona. Con el tono justo para el consejo y también para la orden. De esa extraña manera en que ella sabe pedir las cosas, sin parecerte siquiera que las está pidiendo. Con esa educación que, aunque ella nunca lo pretenda, la hace destacar de entre la mayoría.

Y así, poco a poco, casi sin quererlo, se fue fraguando una amistad silenciosa de esas de las que (casi con total seguridad) duran toda la vida. Y fue un tiempo después (supongo que en una de esas maratonianas jornadas de trabajo de andar organizando ruedas de prensa, haciendo fotos, mandando notas, contestando llamadas, etc.) cuando la “chicadelasnotasdelfaxconlavozbonitatrabajadorayeducada” me dijo algo así como: “si algún día puede ser, tú te vienes a trabajar conmigo”. Esto lo recuerdo perfectamente porque, por aquel entonces, aquellas palabras eran para mí lo que una llamada de Vicente del Bosque supondría para Francisco José Rodríguez (media punta del San Roque de Lepe, para más señas, no sé si me explico).

Un tiempo después la chica del fax cumplió su promesa. Justo entonces dejó para siempre de ser “lachicadelfax” para convertirse en Vanesa, mi maestra. Bueno, en “mi Vane”, hablemos con propiedad. Aquellos fueron posiblemente los mejores años de mi vida laboral. Recuerdo lo mucho que ella me sorprendía cada día, todo lo que me enseñaba. Cuando lea esto sé lo que va a pensar: que soy una exagerada. No lo dirá de cara a la galería, con la falsa modestia que, a veces, lucimos algunos. Sé que lo dirá convencida porque ella cree que todo lo extraordinario que posee es normal en la mayoría de los mortales. Y desde luego no es así. Su capacidad de trabajo, su saber estar, su mano izquierda, su afán perfeccionista, su inteligencia, su sinceridad o esa capacidad innata para localizar erratas en los lugares más recónditos o poner puntos y comas (¿quién sabe usar un punto y coma, por el amor de Dios?), pueden ser considerados casi superpoderes. Un compendio de habilidades que hacen que el trabajo a su lado sea un paseo (por muy largos que sean los días y muy difíciles que sean las tareas). Sí, quizá pueda definirse en una sola frase: ella lo hace todo más sencillo. Elegantemente sencillo.

Pero más allá de esto, añadido a ello, está su calidad humana. Ese carácter que la predispone siempre a ayudar, esa capacidad para comprender, para respetar las posturas de los demás, para sonreír aún en los momentos más complicados. Todo lo que la convierten en alguien especial y diferente que es capaz de iluminar a los que se encuentran a su alrededor. Mi amiga, puedo decir con orgullo.

Hoy mi amiga cumple años. Hace unos días lo celebramos juntas. Un evento digno de una cifra redonda. Lo pasamos estupendamente pero para mí lo mejor fue ver que la luz de Vanesa volvía a brillar. Con más fuerza si cabe. Nunca dudé de ello porque, además de todo lo dicho, ella posee un último superpoder: cual ave Fénix, sabe renacer de sus cenizas. Puesto que es una apasionada de la vida, a veces la vida le da algún revolcón. A veces algún golpe. Pero no dudo nunca de que ella se levantará y seguirá luchando con su pasión y voluntad como únicas armas y su sonrisa como escudo.

Hoy Vanesa cumple treintaydiez años. Pero, en realidad, da igual los años que cumpla. Porque ya he dicho que ella es como el ave Fénix. Y de todos es bien sabido que este tipo de pájaro es inmortal.

Felicidades, Swift.

Todas las que escribimos (de vez en cuando) por aquí te queremos y queremos que sigas con nosotras tantos años como te apetezca. Sé feliz.

Aquí te dejamos esta canción a modo de regalito. Seguro que te gusta.

martes, 14 de mayo de 2013

Mil gracias mil... hasta el infinito y más allá


Llevo grabado a fuego eso de que es de bien nacido ser agradecido y por eso, me pongo manos a la obra, porque la ocasión merece el agradecimiento y además por partida doble. En los últimos días este blog ha recibido dos premios. Por un lado, Xenia García nos ha honrado otorgándonos el premio Blog Versátil y, por otro, Oído Cocina nos ha concedido el premio Best Blog.

No sé muy bien si merecidos o no pero ya que nos los dan, los aceptamos con mucho gusto, porque las mejores no sé si lo somos, pero a versátiles no nos gana nadie y si no vuelvan a leer la descripción de nuestra bitácora que tan acertadamente escribió Kika Lulablue en su momento: "Trabajadoras, madres, lectoras, amigas, osadas, pensadoras, estresadas, amantes y ahora... ¡bloggeras!"


Somos todo eso y mucho más. Y es que es tarea complicada describir a las siete blogueras que escribimos aquí porque cada una somos de un universo diferente pero con espacios comunes que hacen, en mi humilde opinión, que mucha gente (mucha más de la que jamás pudimos imaginar) se sienta identificada con los distintos temas que tratamos.

Hablando con algunos lectores me sorprende descubrir como cada una ha ido creando su pequeño club de fans, y como gente con la que apenas tengo contacto, se declara "enganchada" a nuestra bitácora. 


A todos y cada uno de vosotros también quiero daos las gracias, porque de verdad que nunca pensamos que esta pequeña aventurilla del blog iba a tener esta repercusión, y al menos en mí caso, que iba a producir esta gran satisfacción.


Ahora paso a cumplir las normas. Aquí van nuestros 15 nominados al premio Blog Versátil:

1.- La parejita de golpe: porque además de apoyar desde el principio a las treintañeras, su autor es también trabajador, padre, lector, amigo, osado, pensador, estresado, amante y bloguero. Te queremos, Pepito



15.-Naúfrago de arena

Y ahora vamos con el premio Best Blog. Nominamos a:
1.-Gamirplanner: porque nos tiene cautivada y porque cuando uno comienza es cuando más apoyo necesita. No te olvides de nosotras cuando seas rica y famosa!
2.-Cenes de la Vega In Vogue
3.- Parcelas de cine
4.- Decor&Me
5.- MásQChuches
6.-Burbujita, tú y yo
7.- La recámara
8.-Dani Quintero
9.-Xenia García
10.-Amazing Little Things

viernes, 12 de abril de 2013

Cosas de madre que no vienen de fábrica


Una piensa que cuando pare y se convierte en madre todas esas cosas que siempre apreció en su madre le van a venir como por inspiración divina. Si así, sin más, que junto a los peleles y patucos, va adjunto el don de hacer todo bien. Pues eso, te crees que entonces cuando dobles sábanas bajeras quedarán perfectas, tus estofados serán súper sabrosos, ya nunca se te pegarán las lentejas, podrás quitar las manchas difíciles de la ropa sin gastarte un dineral en productos imposibles, sabrás planchar los pantalones con raya, aprenderás a coser dobladillos perfectos, y un largo listado que todos podríamos enumerar con aquellas cosas que hacen maravillosamente bien nuestras madres y no conseguimos igualar.

Y sin embargo esto no ocurre, pero lo que sí que pasa es que como por arte de magia sí que te ves diciendo todas esas frases que tantas veces escuchaste y juraste y perjuraste que tú nunca repetirías. Son del tipo como sigas llorando, te voy a dar una razón para que llores de verdad, si no te lo comes para cenar, pues para desayunar o tómate el zumo rápido que se le van las vitaminas ( y que tan ocurrentemente ha recopilado Amaya Ascunce en su blog comonoserunadramamama.com).

Sí, ocurre y que nadie se atreva a negarlo. El kit de supermami viene con las expresiones de madre pero no con el de cómo hacer cosas geniales de madre. Y es que ser mami o al menos una a la antigua usanza se está convirtiendo en una profesión en peligro de extinción. Al menos a mí me lo parece.

En cualquier caso, todo esto se me pasaba por la cabeza porque yo llamo a mi madre muy a menudo para pedirle consejo de mil cosas y me da pánico pensar qué será de mí cuando ella me falté. ¿Y otra duda aún mayor, representaré yo lo mismo para mis hijos cuando crezcan?

"Hey hey hey hey yeah
Turn it up, turn it up now
Hey hey hey yeah turn me up in the night"

viernes, 1 de marzo de 2013

Lluvia en el corazón

Aquella noche de lluvia fue la primera vez. Sé que no lo olvidaré. No me refiero a la primera vez que me regaló flores, me hizo sonrojar o me dedicó su mejor sonrisa. No. Fue la primera vez que su silencio respondió a un te quiero. Lo sé porque escuché un crujido, como el de la vieja madera bajo unos pies cansados. Era mi corazón quebrándose. O quizás, la casa derrumbándose. Y la lluvia se hizo tan intensa que empapó, inundó, ahogó mi sueño.

jueves, 14 de febrero de 2013

Pequeño manual de adaptación al caos

Os confieso que esto de volver a escribir en el blog me pone un poco nerviosa. Es así porque, aunque a diario intente disimularlo, sufro cuadriculitis. Se trata de una curiosa afección que presenta los siguientes síntomas:
- Incapacidad para la improvisación.
- Malestar ante la necesidad de dejar tareas a medio hacer.
- Tendencia al diseño de horarios y tablas organizativas de todo tipo.
- Alergia a realizar cualquier actividad siguiendo el modelo del conocido como "estilo me la cargué" y que consiste, básicamente, en hacer las cosas sin mucho esfuerzo, para salir del paso y cubrir expediente.
- Horror al caos, al desorden y todos sus derivados.

No os cuento esto para que os preocupéis por mí. Al fin y al cabo lo mío es una versión light de un problemilla que, por otra parte, sufre una de cada diez personas en algún momento de su vida (esta estadística no la tengo confirmada empíricamente, pero si a los anuncios de dentífricos les sirve no veo por qué a mí no). Os cuento esto para que entendáis mi situación, para que, como dicen las señoras mayores, "os hagáis cargo" de mi papeleta. Para que comprendáis el porqué de mi abandono de este blog, de muchas otras de mis obligaciones, de gran parte de mi vida social, de mis llamadas a amigos y/o familiares, del gimnasio, la lectura, los viajes a larga distancia,...

Y es que a esta que os escribe, autodiagnosticada de cuadriculitis, le ha pasado lo peor que le puede pasar a una persona con cuadriculitis:... ¡Tachán! he tenido dos bebés.

Y no hace falta que os diga que los bebés están totalmente contraindicados en estos casos. ¿Por qué? Os lo resumo rápidamente: hasta hace catorce meses, mi curiosa anomalía era un problema menor con el que yo convivía estupendamente y que solucionaba con el uso diario de una agenda y mucho tiempo libre para hacerlo todo como a mí me parecía que era la "forma correcta" de hacerlo. Pero la situación cambió radicalmente el pasado 3 de diciembre de 2011. Y cambió para siempre. Dos personitas de menos de 50 centímetros cada una llegaron a mi ordenada vida convirtiéndose en el epicentro de un terremoto de 200 grados en la escala de Richter. Dos pequeños gestores del caos que me hicieron comprender que el tiempo y el espacio son absolutamente relativos, con mucha más efectividad que cualquier teoría de cualquier científico de renombre.

Porque el hecho de tener una única prioridad en la vida convierte todo lo demás en secundario y te obliga a vivir, casi siempre, en la indeterminación y el descontrol más absolutos. Te obliga a hacer todo lo que un afectado de cuadriculitis detesta: afrontar situaciones inesperadas, realizar cualquier tarea de forma intermitente hasta que consigues acabarla en algún momento indeterminado, posponer una y otra vez obligaciones asumidas, planearlo todo a menos de tres o cuatro días vista o, lo que es aún peor, dejar de planearlo todo definitivamente...

En fin, que de la noche a la mañana me vi envuelta en una espiral de entropía que me resultaba casi imposible manejar. En un principio, fui tan ilusa que creí que sería capaz de reordenar las cosas y, una vez pasada la cuarentena (jeje) volver a hacerlo todo como antes (jeje, jeje, jeje). Pero pasaron 40 días, otros 40 días, otros 40 días,... y la improvisación, la intermitencia, el desastre, en definitiva, seguían ahí, como la energía: transformándose constantemente, pero sin desaparecer. Total, que aproximadamente un año después del día D tuve la revelación definitiva: tenía que dejar de luchar contra el caos, tenía que adaptarme a él.
 
Y claro que preguntáreis: ¿y cómo se hace eso? Pues ya os lo iré contando poco a poco (si puedo). De momento estoy elaborando mi pequeño manual de adaptación. No he escrito mucho todavía pero ya puedo adelantaos la primera norma: 
1. No hay una "forma correcta" de hacer las cosas. Confórmate con hacerlas. Luego ya, si eso, mira a ver qué te ha salido. Hazlo todo como buenamente vayas pudiendo: a ratos, a tirones, a patadas, a la una de la madrugada, etc. pero hazlo. Y todo saldrá bien, como viene a confirmar el sabio refranero español: "si sale con barba, San Antón, y si no, la Purísima Concepción". 
 
Supongo que esa va a ser la conclusión del manual: al final todo sale bien. En mi caso estoy segura de que así será porque cuento con la colaboración inestimable de dos pequeños ayudantes que me enseñan cada día que no hay nada que no se pueda arreglar con una sonrisa. Que cuatro pequeñas manos pueden convertir cualquier caótica situación en la experiencia más maravillosa que jamás hayas vivido. Que no hay nada tan indispensable que tenga que hacer que no pueda dejar para luego ("mamá: ¡no te creas tan importante!"). Porque mis licenciados en gestión del caos saben perfectamente cual es la forma correcta de hacer las cosas. Aunque yo casi nunca lo sepa. Y además tengo la suerte de contar con el mejor de los socios en este loco negocio de la Paternidad. Y todo esto para mí es más que suficiente.

P.D.: En algún momento indeterminado terminaré mi particular manual de adaptación al caos. Supongo que lo haré al "estilo me la cargué" y, sin duda, me sentiré muy orgullosa de ello.

sábado, 9 de febrero de 2013

Mi refugio

Ayer fue uno de esos días en los que todo sale mal. Bueno, a ver, sin exagerar, pero las cosas se fueron torciendo a medida que avanzaron las horas. Pasada la medianoche, apenas comenzó el largo día, mi ordenador, con unos cuantos añitos encima ya, petó. Así, sin más, sin un ruidito que me alertara. Ni un “hasta aquí he llegado", simplemente catapún, se apagó. Con la esperanza de que pasadas unas horas se recuperara, al igual que yo, me acosté.

Cuando abrí los ojos, extrañada porque no sonaba el despertador, me levanté rápidamente. Uf, las 8.20, ya iba tarde. Tocó correr con los peques al cole. Volví a casa a terminar de hacer gestiones, pero entonces recordé la muerte súbita de mi ordenador. Y no, no hubo milagro, ni mucho menos resurrección.

Condicionó toda mi mañana, porque, entre otras muchas cosas, debía terminar un pequeño montaje de fotos que preparaba para mi querida amiga Bea. La misma Bea a la que llevaba unas semanas organizando una quedada sorpresa junto a mis amigas de “toda la vida”, por su cumple y para animarla, porque como yo, como muchos, no pasa por su mejor momento, ha tenido mala pata. La misma Bea que rozando el mediodía me mandaba un mensaje para avisarme de que no podía comer conmigo (ese era el gancho para vernos) al día siguiente.

Oh cielos, horror, y ¿ahora qué? Mi plan se caía por momentos. Y cuando aún intentaba dilucidar cómo salir de ésta, sin chafar la sorpresa, llegó un mensaje triste sobre la salud de un familiar.

Entonces y como había planeado, cogí el coche y conduje hasta Algeciras, a casa... bueno, casa de mis padres, pero mi casa al fin y al cabo. Porque nunca lo he sentido tan hogar como cuando me he alejado de él. Y ahora cuando vuelvo es mi refugio, donde guardo mis mejores recuerdos, mis mejores vivencias, aunque también algunos de mis demonios, que de vez en cuando expulso en este blog, poquito a poco, para no asustaros mucho.

Aquí me siento segura, porque cuando las cosas no van bien en el presente y el futuro es tan incierto, estas húmedas paredes, este paisaje marino, este viento que nunca cesa, me recuerda de dónde vengo, quién fui y quién todavía soy.

En unas horas me reuniré con mis amigas, las de siempre, las que me conocen de toda la vida. Ellas forman parte de este refugio. Charlaremos, reiremos, recordaremos batallitas, mil veces contadas ya, pero no importa. Nos conocemos tanto que aún me sorprende que aunque nos veamos de siglo en siglo, apenas nos hacen falta dos segundos para volver a conectar, como si fuera ayer.

Y cuando un día malo acaba y empieza uno nuevo pienso en lo afortunada que soy. Por tener un refugio allí dónde voy y allí de dónde vengo. Donde pese a cómo soy y gracias a lo que soy, siempre os tengo cerca.

Ánimo, Bea.

(All I can say is that my life is pretty plain
You don't like my point of view
You think that I'm insane
It's not sane, It's not sane
, No Rain, de Blind Melon)

viernes, 1 de febrero de 2013

Pseudología fantástica (o miénteme cuando quieras)


Esta semana he descubierto una mentira. He desenmascarado a un mentiroso.
Él no lo sabe, pero yo creía que era mi cómplice, y me dí de bruces contra el muro de un engaño. Este episodio me ha servido para reflexionar sobre la naturaleza de la mentira: por qué lo hacemos. Y es increíble lo que he encontrado sobre esto investigando dentro de la Neurociencia.

La mentira lleva estudiándose en ciencia como tal desde finales del Siglo XIX. Fue un psiquiatra suizo, Antón Delbrück quien le prestó atención y acuñó el término (que hoy llamaríamos eufemismo) de pseudología fantástica. Su base consistía en que todos, en mayor o menor medida, por acción o por omisión, mentimos. Lo hacemos en la mesura que no decimos lo que pensamos, o que decimos lo que no pensamos, y no sabemos, o incluso lo que sabemos inciertamente, para salir del paso. Hay mentiras socialmente más positivas que ciertas verdades incontestables. Son muchas las situaciones en que una mentira trasmitida genera un efecto beneficioso. Hay mentiras piadosas. Hay quienes engañan sin ser conscientes de ello, simplemente transmiten a los demás su propia equivocación. Hay un armario repleto de mentiras. Una para cada ocasión. 

Las investigaciones apuntan a que las personas mienten por tres motivos: para adaptarse a un ambiente hostil, para evitar castigos y para conseguir premios o ganancias sobre los demás. Una investigación de la Universidad americana de Notre Dame apunta que las personas (americanos) lanzan una media de 11 mentiras al día. Aunque, claro, hay casos concretos de patologías en los que una persona construye su vida alrededor de un engaño. Este es el caso de Enric Marco que, durante años, se hizo pasar por un superviviente de los campos de concentración nazis o de Alicia Esteve, que logró convencer a todo el mundo de que había vivido una tragedia en los atentados del 11 de septiembre.

Yo también miento, cómo no. Pienso que es algo innato al ser humano. Pero, conforme voy cumpliendo años, os confieso que cada vez lo hago menos, que son mentiras menos gruesas, más ligeras y, además, cada vez le exijo más a las personas que me rodea que no me mientan. Y con las arrugas y las canas, como no podía ser de otra forma, también desarrollas un sexto sentido, el captador de embustes le llamo yo,  que te hace menos vulnerable a la falsedad. Y es que para mí, una mentira es uno de los peores actos que una persona que quiere puede tener contigo. Demuestra tantas cosas en ese fugaz instante… que no confía en ti, que puede manipularte, que teme tu reacción, que podría herirte, que te traiciona.

Este empecinamiento mío por la búsqueda de la verdad tiene un lado negativo. La mentira te hace dócil y te protege. El que busca la verdad, corre el riesgo de encontrarla… y, como decía el médico y psicoterapeuta austríaco Alfred Adler que “la verdad es a menudo un arma de agresión. Es posible morir, e incluso asesinar, con la verdad”.