Os
confieso que esto de volver a escribir en el blog me pone un poco
nerviosa. Es así porque, aunque a diario intente disimularlo, sufro
cuadriculitis. Se trata de una curiosa afección que presenta los
siguientes síntomas:
-
Incapacidad para la improvisación.
-
Malestar ante la necesidad de dejar tareas a medio hacer.
-
Tendencia al diseño de horarios y tablas organizativas de
todo tipo.
-
Alergia a realizar cualquier actividad siguiendo el modelo del
conocido como "estilo me la cargué" y que consiste,
básicamente, en hacer las cosas sin mucho esfuerzo, para salir del
paso y cubrir expediente.
-
Horror al caos, al desorden y todos sus derivados.
No
os cuento esto para que os preocupéis por mí. Al fin y al cabo lo mío
es una versión light de un problemilla que, por otra parte, sufre una
de cada diez personas en algún momento de su vida (esta estadística
no la tengo confirmada empíricamente, pero si a los anuncios de
dentífricos les sirve no veo por qué a mí no). Os
cuento esto para que entendáis mi situación, para que, como dicen
las señoras mayores, "os hagáis cargo" de mi papeleta.
Para que comprendáis el porqué de mi abandono de este blog, de
muchas otras de mis obligaciones, de gran parte de mi vida social, de
mis llamadas a amigos y/o familiares, del gimnasio, la lectura, los
viajes a larga distancia,...
Y
es que a esta que os escribe, autodiagnosticada de cuadriculitis, le
ha pasado lo peor que le puede pasar a una persona con cuadriculitis:...
¡Tachán! he tenido dos bebés.
Y
no hace falta que os diga que los bebés están totalmente
contraindicados en estos casos. ¿Por qué? Os lo resumo rápidamente:
hasta hace catorce meses, mi curiosa anomalía era un problema menor
con el que yo convivía estupendamente y que solucionaba con el uso
diario de una agenda y mucho tiempo libre para hacerlo todo como a mí
me parecía que era la "forma correcta" de hacerlo. Pero la
situación cambió radicalmente el pasado 3 de diciembre de 2011. Y
cambió para siempre. Dos personitas de menos de 50 centímetros cada
una llegaron a mi ordenada vida convirtiéndose en el epicentro de un
terremoto de 200 grados en la escala de Richter. Dos pequeños
gestores del caos que me hicieron comprender que el tiempo y el
espacio son absolutamente relativos, con mucha más efectividad que
cualquier teoría de cualquier científico de renombre.
Porque
el hecho de tener una única prioridad en la vida convierte todo lo
demás en secundario y te obliga a vivir, casi siempre, en la
indeterminación y el descontrol más absolutos. Te obliga a hacer
todo lo que un afectado de cuadriculitis detesta: afrontar
situaciones inesperadas, realizar cualquier tarea de forma
intermitente hasta que consigues acabarla en algún momento
indeterminado, posponer una y otra vez obligaciones asumidas,
planearlo todo a menos de tres o cuatro días vista o, lo que es aún
peor, dejar de planearlo todo definitivamente...
En
fin, que de la noche a la mañana me vi envuelta en una espiral de
entropía que me resultaba casi imposible manejar. En un principio,
fui tan ilusa que creí que sería capaz de reordenar las cosas y,
una vez pasada la cuarentena (jeje) volver a hacerlo todo como antes (jeje, jeje, jeje).
Pero pasaron 40 días, otros 40 días, otros 40 días,... y la
improvisación, la intermitencia, el desastre, en definitiva, seguían
ahí, como la energía: transformándose constantemente, pero sin
desaparecer. Total, que aproximadamente un año después del día D
tuve la revelación definitiva: tenía que dejar de luchar contra el
caos, tenía que adaptarme a él.
Y
claro que preguntáreis: ¿y cómo se hace eso? Pues ya os lo iré
contando poco a poco (si puedo). De momento estoy elaborando mi
pequeño manual de adaptación. No he escrito mucho todavía pero ya
puedo adelantaos la primera norma:
1. No hay una "forma correcta" de hacer las cosas. Confórmate con hacerlas. Luego ya, si eso, mira a ver qué te ha salido. Hazlo todo como buenamente vayas pudiendo: a ratos, a tirones, a patadas, a la una de la madrugada, etc. pero hazlo. Y todo saldrá bien, como viene a confirmar el sabio refranero español: "si sale con barba, San Antón, y si no, la Purísima Concepción".
1. No hay una "forma correcta" de hacer las cosas. Confórmate con hacerlas. Luego ya, si eso, mira a ver qué te ha salido. Hazlo todo como buenamente vayas pudiendo: a ratos, a tirones, a patadas, a la una de la madrugada, etc. pero hazlo. Y todo saldrá bien, como viene a confirmar el sabio refranero español: "si sale con barba, San Antón, y si no, la Purísima Concepción".
Supongo
que esa va a ser la conclusión del manual: al final todo sale bien.
En mi caso estoy segura de que así será porque cuento con la
colaboración inestimable de dos pequeños ayudantes que me enseñan
cada día que no hay nada que no se pueda arreglar con una sonrisa.
Que cuatro pequeñas manos pueden convertir cualquier caótica
situación en la experiencia más maravillosa que jamás hayas
vivido. Que no hay nada tan indispensable que tenga que hacer que no pueda dejar para luego ("mamá: ¡no te creas tan importante!"). Porque mis licenciados en gestión del caos saben
perfectamente cual es la forma correcta de hacer las cosas. Aunque yo
casi nunca lo sepa. Y además tengo la suerte de contar con el mejor de los socios en este loco negocio de la Paternidad. Y todo esto para mí es más que suficiente.
P.D.:
En algún momento indeterminado terminaré mi particular manual de
adaptación al caos. Supongo que lo haré al "estilo me la
cargué" y, sin duda, me sentiré muy orgullosa de ello.