jueves, 14 de febrero de 2013

Pequeño manual de adaptación al caos

Os confieso que esto de volver a escribir en el blog me pone un poco nerviosa. Es así porque, aunque a diario intente disimularlo, sufro cuadriculitis. Se trata de una curiosa afección que presenta los siguientes síntomas:
- Incapacidad para la improvisación.
- Malestar ante la necesidad de dejar tareas a medio hacer.
- Tendencia al diseño de horarios y tablas organizativas de todo tipo.
- Alergia a realizar cualquier actividad siguiendo el modelo del conocido como "estilo me la cargué" y que consiste, básicamente, en hacer las cosas sin mucho esfuerzo, para salir del paso y cubrir expediente.
- Horror al caos, al desorden y todos sus derivados.

No os cuento esto para que os preocupéis por mí. Al fin y al cabo lo mío es una versión light de un problemilla que, por otra parte, sufre una de cada diez personas en algún momento de su vida (esta estadística no la tengo confirmada empíricamente, pero si a los anuncios de dentífricos les sirve no veo por qué a mí no). Os cuento esto para que entendáis mi situación, para que, como dicen las señoras mayores, "os hagáis cargo" de mi papeleta. Para que comprendáis el porqué de mi abandono de este blog, de muchas otras de mis obligaciones, de gran parte de mi vida social, de mis llamadas a amigos y/o familiares, del gimnasio, la lectura, los viajes a larga distancia,...

Y es que a esta que os escribe, autodiagnosticada de cuadriculitis, le ha pasado lo peor que le puede pasar a una persona con cuadriculitis:... ¡Tachán! he tenido dos bebés.

Y no hace falta que os diga que los bebés están totalmente contraindicados en estos casos. ¿Por qué? Os lo resumo rápidamente: hasta hace catorce meses, mi curiosa anomalía era un problema menor con el que yo convivía estupendamente y que solucionaba con el uso diario de una agenda y mucho tiempo libre para hacerlo todo como a mí me parecía que era la "forma correcta" de hacerlo. Pero la situación cambió radicalmente el pasado 3 de diciembre de 2011. Y cambió para siempre. Dos personitas de menos de 50 centímetros cada una llegaron a mi ordenada vida convirtiéndose en el epicentro de un terremoto de 200 grados en la escala de Richter. Dos pequeños gestores del caos que me hicieron comprender que el tiempo y el espacio son absolutamente relativos, con mucha más efectividad que cualquier teoría de cualquier científico de renombre.

Porque el hecho de tener una única prioridad en la vida convierte todo lo demás en secundario y te obliga a vivir, casi siempre, en la indeterminación y el descontrol más absolutos. Te obliga a hacer todo lo que un afectado de cuadriculitis detesta: afrontar situaciones inesperadas, realizar cualquier tarea de forma intermitente hasta que consigues acabarla en algún momento indeterminado, posponer una y otra vez obligaciones asumidas, planearlo todo a menos de tres o cuatro días vista o, lo que es aún peor, dejar de planearlo todo definitivamente...

En fin, que de la noche a la mañana me vi envuelta en una espiral de entropía que me resultaba casi imposible manejar. En un principio, fui tan ilusa que creí que sería capaz de reordenar las cosas y, una vez pasada la cuarentena (jeje) volver a hacerlo todo como antes (jeje, jeje, jeje). Pero pasaron 40 días, otros 40 días, otros 40 días,... y la improvisación, la intermitencia, el desastre, en definitiva, seguían ahí, como la energía: transformándose constantemente, pero sin desaparecer. Total, que aproximadamente un año después del día D tuve la revelación definitiva: tenía que dejar de luchar contra el caos, tenía que adaptarme a él.
 
Y claro que preguntáreis: ¿y cómo se hace eso? Pues ya os lo iré contando poco a poco (si puedo). De momento estoy elaborando mi pequeño manual de adaptación. No he escrito mucho todavía pero ya puedo adelantaos la primera norma: 
1. No hay una "forma correcta" de hacer las cosas. Confórmate con hacerlas. Luego ya, si eso, mira a ver qué te ha salido. Hazlo todo como buenamente vayas pudiendo: a ratos, a tirones, a patadas, a la una de la madrugada, etc. pero hazlo. Y todo saldrá bien, como viene a confirmar el sabio refranero español: "si sale con barba, San Antón, y si no, la Purísima Concepción". 
 
Supongo que esa va a ser la conclusión del manual: al final todo sale bien. En mi caso estoy segura de que así será porque cuento con la colaboración inestimable de dos pequeños ayudantes que me enseñan cada día que no hay nada que no se pueda arreglar con una sonrisa. Que cuatro pequeñas manos pueden convertir cualquier caótica situación en la experiencia más maravillosa que jamás hayas vivido. Que no hay nada tan indispensable que tenga que hacer que no pueda dejar para luego ("mamá: ¡no te creas tan importante!"). Porque mis licenciados en gestión del caos saben perfectamente cual es la forma correcta de hacer las cosas. Aunque yo casi nunca lo sepa. Y además tengo la suerte de contar con el mejor de los socios en este loco negocio de la Paternidad. Y todo esto para mí es más que suficiente.

P.D.: En algún momento indeterminado terminaré mi particular manual de adaptación al caos. Supongo que lo haré al "estilo me la cargué" y, sin duda, me sentiré muy orgullosa de ello.

sábado, 9 de febrero de 2013

Mi refugio

Ayer fue uno de esos días en los que todo sale mal. Bueno, a ver, sin exagerar, pero las cosas se fueron torciendo a medida que avanzaron las horas. Pasada la medianoche, apenas comenzó el largo día, mi ordenador, con unos cuantos añitos encima ya, petó. Así, sin más, sin un ruidito que me alertara. Ni un “hasta aquí he llegado", simplemente catapún, se apagó. Con la esperanza de que pasadas unas horas se recuperara, al igual que yo, me acosté.

Cuando abrí los ojos, extrañada porque no sonaba el despertador, me levanté rápidamente. Uf, las 8.20, ya iba tarde. Tocó correr con los peques al cole. Volví a casa a terminar de hacer gestiones, pero entonces recordé la muerte súbita de mi ordenador. Y no, no hubo milagro, ni mucho menos resurrección.

Condicionó toda mi mañana, porque, entre otras muchas cosas, debía terminar un pequeño montaje de fotos que preparaba para mi querida amiga Bea. La misma Bea a la que llevaba unas semanas organizando una quedada sorpresa junto a mis amigas de “toda la vida”, por su cumple y para animarla, porque como yo, como muchos, no pasa por su mejor momento, ha tenido mala pata. La misma Bea que rozando el mediodía me mandaba un mensaje para avisarme de que no podía comer conmigo (ese era el gancho para vernos) al día siguiente.

Oh cielos, horror, y ¿ahora qué? Mi plan se caía por momentos. Y cuando aún intentaba dilucidar cómo salir de ésta, sin chafar la sorpresa, llegó un mensaje triste sobre la salud de un familiar.

Entonces y como había planeado, cogí el coche y conduje hasta Algeciras, a casa... bueno, casa de mis padres, pero mi casa al fin y al cabo. Porque nunca lo he sentido tan hogar como cuando me he alejado de él. Y ahora cuando vuelvo es mi refugio, donde guardo mis mejores recuerdos, mis mejores vivencias, aunque también algunos de mis demonios, que de vez en cuando expulso en este blog, poquito a poco, para no asustaros mucho.

Aquí me siento segura, porque cuando las cosas no van bien en el presente y el futuro es tan incierto, estas húmedas paredes, este paisaje marino, este viento que nunca cesa, me recuerda de dónde vengo, quién fui y quién todavía soy.

En unas horas me reuniré con mis amigas, las de siempre, las que me conocen de toda la vida. Ellas forman parte de este refugio. Charlaremos, reiremos, recordaremos batallitas, mil veces contadas ya, pero no importa. Nos conocemos tanto que aún me sorprende que aunque nos veamos de siglo en siglo, apenas nos hacen falta dos segundos para volver a conectar, como si fuera ayer.

Y cuando un día malo acaba y empieza uno nuevo pienso en lo afortunada que soy. Por tener un refugio allí dónde voy y allí de dónde vengo. Donde pese a cómo soy y gracias a lo que soy, siempre os tengo cerca.

Ánimo, Bea.

(All I can say is that my life is pretty plain
You don't like my point of view
You think that I'm insane
It's not sane, It's not sane
, No Rain, de Blind Melon)

viernes, 1 de febrero de 2013

Pseudología fantástica (o miénteme cuando quieras)


Esta semana he descubierto una mentira. He desenmascarado a un mentiroso.
Él no lo sabe, pero yo creía que era mi cómplice, y me dí de bruces contra el muro de un engaño. Este episodio me ha servido para reflexionar sobre la naturaleza de la mentira: por qué lo hacemos. Y es increíble lo que he encontrado sobre esto investigando dentro de la Neurociencia.

La mentira lleva estudiándose en ciencia como tal desde finales del Siglo XIX. Fue un psiquiatra suizo, Antón Delbrück quien le prestó atención y acuñó el término (que hoy llamaríamos eufemismo) de pseudología fantástica. Su base consistía en que todos, en mayor o menor medida, por acción o por omisión, mentimos. Lo hacemos en la mesura que no decimos lo que pensamos, o que decimos lo que no pensamos, y no sabemos, o incluso lo que sabemos inciertamente, para salir del paso. Hay mentiras socialmente más positivas que ciertas verdades incontestables. Son muchas las situaciones en que una mentira trasmitida genera un efecto beneficioso. Hay mentiras piadosas. Hay quienes engañan sin ser conscientes de ello, simplemente transmiten a los demás su propia equivocación. Hay un armario repleto de mentiras. Una para cada ocasión. 

Las investigaciones apuntan a que las personas mienten por tres motivos: para adaptarse a un ambiente hostil, para evitar castigos y para conseguir premios o ganancias sobre los demás. Una investigación de la Universidad americana de Notre Dame apunta que las personas (americanos) lanzan una media de 11 mentiras al día. Aunque, claro, hay casos concretos de patologías en los que una persona construye su vida alrededor de un engaño. Este es el caso de Enric Marco que, durante años, se hizo pasar por un superviviente de los campos de concentración nazis o de Alicia Esteve, que logró convencer a todo el mundo de que había vivido una tragedia en los atentados del 11 de septiembre.

Yo también miento, cómo no. Pienso que es algo innato al ser humano. Pero, conforme voy cumpliendo años, os confieso que cada vez lo hago menos, que son mentiras menos gruesas, más ligeras y, además, cada vez le exijo más a las personas que me rodea que no me mientan. Y con las arrugas y las canas, como no podía ser de otra forma, también desarrollas un sexto sentido, el captador de embustes le llamo yo,  que te hace menos vulnerable a la falsedad. Y es que para mí, una mentira es uno de los peores actos que una persona que quiere puede tener contigo. Demuestra tantas cosas en ese fugaz instante… que no confía en ti, que puede manipularte, que teme tu reacción, que podría herirte, que te traiciona.

Este empecinamiento mío por la búsqueda de la verdad tiene un lado negativo. La mentira te hace dócil y te protege. El que busca la verdad, corre el riesgo de encontrarla… y, como decía el médico y psicoterapeuta austríaco Alfred Adler que “la verdad es a menudo un arma de agresión. Es posible morir, e incluso asesinar, con la verdad”.